viernes, 9 de octubre de 2009

Un cuento tonto


Erase una vez, un pueblo de un país cualquiera. Las personas que vivían en ese pueblo eran felices. Tenían trabajo, salud y se querían mucho. Todo eran abrazos y palmadas en la espalda por los trabajos bien hechos. Sonrisas y aplausos formaban el himno oficial que sonaba cada vez que se reunían frente al ayuntamiento del lugar.
Hete aquí que un día, llegó una persona forastera. Había oído hablar del pueblo, de los buenos sentimientos de la gente que vivía allí, de sus estupendas relaciones. Traía aires nuevos, ideas geniales que quería exponerles, así que reunió a todo el mundo en el ayuntamiento. Las condiciones de vida, buenas por naturaleza, de aquel lugar aún podían mejorarse. Todo fueron grandes propósitos y promesas. “Si hacéis esto, yo os daré aquello; si confiáis en mí, yo mejoraré vuestras vidas;…” y así, siguió con su discurso.
Las personas que habitaban el pueblo pensaban que tenían lo que necesitaban, pero aún así confiaron en el ser humano que les prometía tantas mejoras.
La persona forastera se puso en contacto con los seres humanos que dirigían aquel pueblo. Hombres y mujeres se quedaron atónitos ante la verborrea del personaje. Al principio todo fueron sonrisas y aplausos, sin embargo, con el paso del tiempo las cosas empezaron a fallar. Cada paso que la persona forastera daba en la dirección correcta, se veía cortado por alguna traba que, cualquiera de los hombres o mujeres que gobernaban el pueblo, ponían a su paso. Pronto comenzó a resultar incómoda.
Las cosas comenzaron a ponerse feas cuando hubo malas cosechas, tiempos de sequía e inundaciones sin tregua y enfermedades de difícil curación. Las ideas de la persona forastera siempre caían en saco roto, porque todas pasaban por la disminución del bienestar del que gozaban los hombres y mujeres gobernantes en beneficio de las vecinas y los vecinos del pueblo.
Pronto el pueblo dejó de ser especial. Se convirtió en uno más del país. La persona forastera acabó marchándose aunque siempre se arrepintió de haber pisado el velo ilusorio que cubría las vidas de las personas que habitaban allí.

Sólo pisó el velo, la parte cubierta había estado siempre presente, oculta por la hipocresía de aquellas personas que vivían dejándose engañar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bien tu relato, es muy interesante.

Me gusta este blog, me gusta...

Un saludo!

Mila dijo...

Gracias Pablo, este blog lo tengo para expresar mis pensamientos sin trabas. Perdona por no contestar antes, he tenido problemas técnicos.
Un saludo!