Tercer acto.
Nuestro soñador agonizaba en la cama, prolongando su vida para evitar lo inevitable. Durante los últimos años de su vida el país había sufrido algunos cambios que no parecían venirle bien a sus sueños de grandeza.
Su aspirante a rey había madurado, había aumentado su familia y su último hijo había sido el varón que nuestro soñador tanto había ansiado, sin embargo llegaba con muchos años de retraso.
Al menos había hecho algo bien, el matrimonio de su nieta había sido un acierto puesto que le había asegurado una fortuna de por vida, siempre que supiese manejarla con cordura. Lo que no había podido atar era el gobierno del país. Las conversaciones anteriores a su enfermedad con su aspirante a rey no habían dado los frutos que él había deseado. Todo parecía encaminarse hacia una democracia, o al menos hacia una no dictadura. Su sucesor, un militar con agallas como a él le gustaba llamarle (tal vez por sus métodos bien conocidos aunque no excesivamente aireados, de tortura, manipulación y desgaste psicológico), había fallecido misteriosamente algún tiempo después de haber sido designado. No había tenido el heredero varón, legal o adjudicado, que quería; sus planes de futuro fracasados; su obra caminaba hacia el olvido con una celeridad absoluta…
Junto a la cama de nuestro soñador estaba su mujer, marcada por la edad pero altiva como siempre. Charlaba en voz baja con el secretario de su marido y le daba una serie de directrices sobre cómo actuar en caso de que éste muriera. Algo que llevaban esperando durante días. ¡Qué duro sería dejar el poder y la buena vida después de tantos años! Poco importaba que estuviesen cimentados en el sufrimiento del pueblo, en su sangre inocente, en la hipocresía de la censura y el miedo a la libertad de expresión. Se acabarían los viajes al balneario de las montañas, las cenas con la aristocracia corrupta y las adulaciones sin fin. Debía evitarse que todos los privilegios amasados durante décadas quedasen enterrados con su marido.
El pueblo soñaba con el anuncio de la muerte de nuestro soñador. Mantenían la respiración cada vez que alguien llegaba con noticias sobre su estado de salud, para luego respirar con la misma tristeza de los últimos años. Sin embargo sabían que el fin estaba por llegar, aunque temían que el futuro les trajese un nuevo soñador ya aleccionado.
El día que se anunció la muerte del que soñó una nueva dinastía se abrieron nuevos horizontes para el pueblo. Los primeros meses fueron igual que los anteriores, pero cada día se acercaban más a la soñada libertad.
No supieron entonces que aquella libertad iba a ser su cárcel espiritual, eso sí, disfrazada de esperanzadora democracia.
Continuará…
Nota: Una tragedia así no puede acabar sin un epílogo.
2 comentarios:
Por fin ha muerto el represor, Mila. Pero parece que viene la temida "falsa democracia" en la que estamos sumidos nosotros y en la que tendrán que vivir estos personajes.
Primero lo harán con ilusión y lucha, luego la resignación se apoderará de sus ideales y se dejarán hacer lo que quieran...
Una pena que un pueblo salga de una dictadura para entrar en otro periodo tan deplorable.
Espero, gustoso, el epílogo.
Un saludo!
Hola Pablo,
sí, por fin se fue. Puede que el epílogo tarde un poquito más porque hay que contar muchas cosas en un espacio pequeño, pero prometo publicarlo lo antes posible.
Gracias por tus comentarios.
Un saludo.
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