martes, 15 de junio de 2010

Tragedia en tres actos

Epílogo.

"Recordad que este tema entra entero en el examen. Si tenéis alguna duda, podéis preguntarme a mí o incluso a vuestros padres, que seguro tienen algo más que contar que lo que viene en los libros", dijo la profesora. Contó mentalmente hasta tres y les dijo a sus alumnos que podían salir al recreo.

Mientras les miraba jugar a través de la ventana del aula, recordó el día en el que, agarrada de la mano de su padre, acudió al funeral de nuestro soñador. Tenía apenas cinco años y antes de salir de casa con su progenitor, había escuchado cómo su madre le decía: "es muy pequeña, no quiero que vea esas cosas", "si no va a ver nada, mujer", contestaba su padre, "no se lo voy a enseñar, sólo quiero asegurarme". Entonces se preguntó qué sería aquello de lo que se quería asegurar su padre, con los años lo entendió. Recuerda vagamente la llegada a un edificio alto y gris, la espera en una larga fila, detrás de muchas personas. El frío en los pies y la llovizna resbalando sobre su cara. Después un silencio roto por llantos y lamentos en voz baja. Una cuerda roja y un trozo de madera oscuro. Por más que se asomaba, el cuerpo de su padre le impedía ver más. Se pararon un momento y después se fueron.

Los días posteriores fueron un susurro en su casa. La radio no paraba de hablar de nuestro soñador, sus logros y grandes hazañas. Tampoco entendía entonces, sin embargo con los años supo.

En su adolescencia la palabra democracia era como el súmun del lenguaje. Todo el mundo se hartaba de repetirla. Había un nuevo jefe, nuestro aspirante a rey había conseguido lo que nuestro soñador no pudo. Elecciones, votaciones, alegría por poder mostrar las opiniones. Y la costumbre y el desgaste de las palabras. Y las crisis y los ricos más ricos y los pobres más pobres. Y personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza con todo lo que aquello supusiese. Cuando alguno de sus alumnos le preguntaba qué significaba aquello, ella siempre respondía: "no tienen qué comer".
Y boicots a las personas que luchaban por desvelar la verdad, y cárcel para las que expresaban sus opiniones, y autocensura en los dos periódicos que existían y censura para ocultar la verdad,...

El sonido de la sirena anunciando el fin del recreo hizo que volviese a la realidad. Aunque a veces, la ensoñación era más hermosa.

FIN

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Mila.

Has creado una historia fantástica. Ojalá la realidad fuese parecida, y con la muerte de un tirano naciese en el pueblo la flor de la democracia justa y libre...

Ahora nos toca a nosotros ser soñadores (pero en el buen sentido).

Un saludo!

Mila dijo...

Gracias Pablo.
Soñar es bueno, si sueñas con la libertad y la justicia para todo el mundo.
Lo malo es si se sueña con la libertad y la justicia a la medida de los intereses propios.
En fin, soñemos en el buen sentido, tal vez algún día se consiga la utopía.
Un saludo.